expansión del cristianismo
Propagación del cristianismo
La palabra iglesia aparece por primera vez en las escrituras del Evangelio según San Mateo, cuando Jesús le dice a Pedro, “sobre esta roca edificaré mi iglesia”.
Con la muerte de Cristo, el cristianismo comenzó a propagarse desde Jerusalén a todos los rincones del Imperio Romano, hasta convertirse en el siglo IV en la religión oficial del Imperio. A partir del Edicto de Milán, en 313 después de Cristo, los cristianos que habían sido considerados como los enemigos de Roma, dejaron de ser perseguidos cuando el emperador Constantino convirtió el cristianismo en la religión oficial del Imperio, difundiéndose desde las dos capitales más importantes del Imperio, Roma y Bizancio.
Para el año 200 d.C., había innumerables comunidades cristianas por Palestina, Siria, Asia Menor, Grecia, norte de África, ciertas partes de la Galia, Italia central y Roma.
La fe cristiana atrae la atención
Proliferación construcciones arquitectónicas con modelo de templo
La vertiginosa expansión del evangelio comportó cambios que favorecieron desarrollar una liturgia más enriquecida y sofisticada que obligaba a utilizar otro tipo de espacios de reunión que pudieran dar cabida a más fieles y que fueran más amplios.
La legalización del cristianismo conllevó la proliferación de nuevas construcciones arquitectónicas con un modelo de templo que derivaba del repertorio arquitectónico del mundo romano, ya fueran la basílica civil que formaba parte del foro cívico, la basílica palaciega, los salones de reunión de sectas religiosas orientales, o bien incluso, de la sinagoga judía.
Desde finales del siglo IV hasta el siglo V se establecieron muchas iglesias urbanas en ciudades. Sin lugar a dudas, el siglo VI fue el período más intenso de construcción de iglesias. Estas nuevas basílicas transformaron el paisaje urbano de las ciudades que también se propagaron por las zonas rurales. En muchas ocasiones, las basílicas alzadas sobre los lugares estratégicos de los puertos se convirtieron en epicentros que daban protección a marineros, comerciantes y a buena parte de la población, generando a su alrededor un dinamismo económico y social que controlaba la organización eclesiástica.